cada dia, un escrito.

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jueves, 12 de agosto de 2010

la mañana es de buster keaton - parte octava



apenas cerré la puerta de la oficina, salí disparado a la escalera, baje los siete pisos como un demente mientras sonreía. todavía no había empezado a llover, pero igual los vendedores oportunistas, de paraguas baratos y pilotos de plástico ya estaban al acecho. plaza de mayo, el gran escenario que todo lo puede, busqué en ella uno de esos relojes que se alimentan del sol, tenía exactamente media hora para hacer todos los trámites y llegar a encontrarme con ella en la plaza san martín.
boca, la del subte, línea d, estación catedral, destino: callao y córdoba. elegí la entrada mas difícil, la marea de pasajeros salía mientras yo era el único que entraba. permiso, por favor, disculpe, gracias. toleré varios empujones y logré pasar. se me habían terminado los pases, boletos, abonos (escúchese tema musical de la maquina de hacer pajaros ) y la fila para sacarlos era demasiado extensa, como la de un circo itinerante. nunca lo había hecho, pero la urgencia me invitó, no pagué y me aventuré a pasar disimuladamente el control de pasajeros. mala idea. paso una pierna y después la otra, creí lograrlo pero la mochila y la campera se enredaron en el molinete, estaba atrapado. el resto de los pasajeros, empezó a mirarme de reojo y a bufar, se ve que también estaban apurados. no pude salir hasta que llegó un empleado, pasó su tarjeta magnética y me otorgó la libertad. no dije nada, moví la cabeza, lo miré a los ojos y entendió el "gracias", yo recibí su "de nada".
el tren se hacía esperar, para que la televisión subterránea, tenga mas tiempo de introducir en los pasajeros, la farsa de la candidatura, de uno de esos, que precisan guión y actores para sostener la mentira de sus promesas. me asomé pisando la línea amarilla, a lo lejos del túnel, se divisaban las luces del tren y la sombra del maquinista. no tengo idea como, pero el paraguas que llevaba se abrió solo y casi que le saca un ojo a alguien, traté de cerrarlo pero no pude, no lo podía tirar, pertenecía a uno de mis jefes, el tren ya se había detenido y el tiempo se consumía. no tuve alternativa, cuando sonó la chicharra de abordaje, subí igual. ningún pasajero se animó a escupir sobre mí, las palabras que guardaban con saña para quien sabe. pero igual las recibí, a través de sus miradas de ceño fruncido, de sus leves empujones al salir y de sus soliloquios que siempre empiezan o terminan igual. "ah! esta gente...". al principio me sentí un idiota, pero al ver a una señora con su nieta, que se reían de mi o de la situación, me sentí un idiota útil y feliz.


la semana próxima, encontrará, sin buscar, las partes correspondientes.

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